El camino a casa
A los escritores les encanta hablar del camino. Caminante no hay camino, diría Antonio Machado, porque se va haciendo al andar, según él. Robert Frost nos contó de esa vez, hace tanto tiempo, cuando el camino se dividió en dos, y él, siendo solo uno, tuvo que escoger cuál caminar. Y de ese gran viaje de la vida habla también Paulo Cohello, quien, siempre dudoso, teoriza que tal vez el viaje no se trata de convertise en algo; que más bien es un proceso de desembarazarse de lo que uno, mismo, mismo, no es.
A mi siempre me han facinado las reflexiones y poemas sobre el camino. Me gusta caminar, y con esas ganas me he ido, persiguiendo el horizonte, por muchos años y a muchos lugares. Pero el largo camino a casa (del cual una puede encontrar un sinúmero de poemas por escritores de todo rango), se acaba cuando una, habiendo trazado su propio camino, golpe a golpe y verso a verso, deja de pensar en los caminos que no tomó, de dudar si aquel camino era el correcto. El camino acaba cuando una ya se despojó, porque no podía seguir avanzando con tal carga, de todos esos adornos que una pensaba que le quedaban bien, pero que en verdad estaban de más. Ahí se acaba el camino, y se llega a casa.
En mi casa siempre está prendido el horno,
el proverbial como el que quema,
sin adornos y sin pena,
esperó paciente mi retorno.